martes, 27 de octubre de 2009

Más felicidades

El cuarto disco de Cuentos borgeanos, “Psicomágico”, incluye once canciones que caminan por la senda de su antecesor, “Felicidades”. Opina Jorge Luis Borges.



No pocas veces escribí con la aparente finalidad de retar mi imaginación y la de mis lectores. De inmediato, vaya uno a saber por qué, surge el recuerdo de mi cuento “El otro”, en el que yo de viejo y yo de joven se encontraron. Disfruté aquella composición, tanto que puedo referir el mentado cruce sin mayor problema: “En tal caso —le dije resueltamente— usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge”. Entonces, mi yo joven contestó, con mi propia voz un poco lejana: “No”. Y de inmediato agregó: “Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris”.



Sin embargo —lo confieso no sin asombro pero entregado a la dicha de mi reencuentro con la escritura— jamás creí que sería capaz de escribir muerto, y que ello no sea obra de mi fantasía sino de las vicisitudes del destino que no termina cuando uno perece. Nosotros, los muertos, estamos juntos pero solos. Igual que los vivos. Nos encontramos en un lugar de insólita existencia, del que puedo mencionar diversas bondades; principalmente, destaco sobre ellas la libertad. Los muertos estamos libres no sólo de la vida sino de todo lo que existe. Y es que no sin razón no existimos.



La explicación a la cuestión de que el texto que escribo después de muerto sea sobre rock es tan inflexible como simple: es la única alternativa que tenía. Nadie más que el rock me convocó. Estuve informándome al respecto y encuentro lógica al llamado; aparentemente, el rock y la muerte tienen una peculiar relación, prueba de ello es que no hay camino más fácil para ser un héroe de rock que dejar atrás la condición de ser vivo. Además, siendo justo, el rock está enamorado de la escritura; otra apostilla que encontré es que las letras de las canciones de rock son acaso como el rostro de la festejante para su pretendiente.



Hay un conjunto de rock cuyo nombre refiere a mí: Cuentos borgeanos. En primer lugar, debo dar las gracias al homenaje, no sin comentar que este nombre como tantos otros alimentan mi teoría acerca de lo chistosas e insólitas que pueden ser las nomenclaturas de los grupos de rock. Algunas, debo decirlo también, son interesantes. Por caso, Cuentos borgeanos entra en el primer grupo, por lo insólito; Sumo en el segundo. Pero aquí debo escribir sobre “Psicomágico”, el cuarto y flamante disco de Cuentos borgeanos.



La primera pieza, evidentemente, podría entenderla como una broma de mal gusto hacia mí: su título, “Estás vivo”, no es agradable para un muerto. No obstante, su energía y noble mensaje me reconcilia con ella: tiene buenas intenciones esta esperanzadora canción. El segundo tema, “La pregunta”, es aún más encantador, hasta que repite la palabra “instantes” que inevitablemente me recuerda al patético poema apócrifo que algún mal hijo del mundo lanzó al viento como mío. Jamás hubiera escrito que si pudiera vivir mi vida nuevamente sería menos higiénico, trataría de cometer más errores y subiría más montañas. Siempre me gustó estar limpio, nunca disfruté equivocarme y escalar montañas me atrae tanto como un plato de libros como cena.



Al parecer, una revisión canción a canción no resulta feliz. Mejor buscar, entonces, claves aquí y allá, en esta y aquella pieza, para sortear la mala memoria y el mal humor. Rápidamente, descubro que tal vez los dos primeros temas enseñan bastante de lo que se encuentra en “Psicomágico”: en el plano melódico, las canciones poseen energía; si supiera cómo, si me saliera, movería mi cuerpo al compás de ellas y no me limitaría tan solo a mover un poco la pierna mientras escribo; en el plano poético, no hay mayor comentario que realizar, puesto que cada renglón de cada letra es claro como un cielo blanco que jamás verá ser humano alguno. Tristemente, esto también me recuerda al maldito “Instantes”. Quizás, aquí, entonces sólo haya que discutir si se está de acuerdo o no con los pensamientos de Cuentos borgeanos. Y sólo los demonios, que probablemente no presten oído al conjunto, estarán en contra.



Pero lo disertado en el párrafo anterior alude sólo a lo general, a una revisión con pretensión de totalizadora. Hay algunos casos que escapan a lo mayoritario del disco; por ejemplo, “Resistir”, presenta una letra y una melodía que es un gran llanto, que seguramente será objeto de adoración de los oyentes de lágrima rápida; “Cajones vacíos”, de música que crece y decrece, muestra una poesía al fin misteriosa; “Frío” es tan atrapante que pareciera una obra que ya hizo otro, que ya se conocía, y se la acepta de inmediato.



Es de intuir, llegado a este punto, que la variedad, lo diverso no es propiedad de “Psicomágico”; más bien, el álbum es un viaje que no altera al que lo escucha. Por cierto, se dice que este disco es una continuación del camino que la banda había trazado en su realización anterior, “Felicidades”.



Un lugar común es ese que dice que en el dolor se haya cierto placer; aquel que sufre, busca algo que sabe que lo hará acercarse más a ese dolor, porque de ese modo, paradójicamente, la pena duele menos. Acaso por ello vuelvo a escuchar “Estás vivo”. Y me doy cuenta que no es una broma de mal gusto hacia un muerto como yo, sino una enseñanza. Lo descubro ahora que termino este texto y comienzo a morirme nuevamente. Y es que mientras escuché “Psicomágico”, mientras escribí este texto, estuve vivo.

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